Textos de BREVIARIO

Los siguientes textos fueron publicados en el catálogo BREVIARIO de la exposición de la obra de Alberto y Julio Sánchez Millán, celebrada en la Casa de los Morlanes del 23 de marzo al 9 de mayo de 2010.

A MI HERMANO ALBERTO
Julio Sánchez Millán, hermano y amigo

Con estas líneas me uno al homenaje que se le rinde a mi hermano Alberto, por parte del Ayuntamiento de Zaragoza, ciudad donde nació; de Ibercaja, lugar donde dedicó sus horas de trabajo; y del Gobierno de Aragón, con quien colaboró en numerosas actividades en Huesca, Zaragoza y Teruel.
Una vez leídos todos los comentarios sobre su persona, los artículos de los amigos, conocidos y tantos que lo apreciaban, sería un poco reiterativo relatar lo mismo. Pero recapacito y a mí mismo me digo: ¿y por qué no voy a escribir sobre mi hermano Alberto? Pues sí, intentaré describir mi visión de nuestra historia.
Nuestro principio en la vida cultural no fue el resultado de un ambiente, sino más bien de la situación en la que nos quedamos cuando nuestro padre fallece a los cincuenta y dos años, debido a una enfermedad contraída durante la guerra civil. La reacción de Alberto y mía ante esta coyuntura fue el buscar una actividad que nos llenase la conciencia, además de las horas de trabajo, y de esa forma entregarnos a la sociedad y responder positivamente a nuestro futuro. Ideológicamente no pudimos estar de acuerdo con las ideas de la política dominante (y nuestra reacción creo que fue la adecuada).
Pero no todo fue un camino de rosas. Teníamos que trabajar al mismo tiempo que nos dedicamos a nuestra mayor afición, organizar actividades que quedaron ahí como testimonio de nuestra dedicación al momento político y al cambio, aunque a la hora de actuar siempre hemos antepuesto la amistad a la ideología.
Creo que Alberto principalmente ha sido un sabio, dedicado a difundir sus conocimientos y opiniones sobre el cine y sobre muchos otros temas culturales, y siempre preocupado de obtener datos de primera  mano. Su actividad queda reflejada en sus diversas historias, anécdotas, comentarios, y en su amplio legado de libros y documentos, que recopiló durante años.
Fuimos hermanos y, como nosotros entendíamos el significado de esa palabra, no nos enfrentamos jamás (cosa rara familiarmente), aunque tuvimos nuestras distintas opiniones durante la vida y también nuestras reacciones, pero nunca trascendieron, ya que no eran motivo de conflicto.
Hay dos etapas en nuestra vida. La primera, desde que comenzamos nuestras actividades hasta 1980. Este año marca el comienzo de la segunda etapa, ya que yo contraigo matrimonio con Rosa y posteriormente en 1982 nacen nuestras hijas Marta y Cristina. A partir de entonces nos separamos en parte, ya que la vida familiar además de mi trabajo en Studio Tempo -que ya tenía desde 1975- me cierran esas puertas a la actividad cultural que Alberto continuó. De todos modos, nuestra vida familiar también era la suya,  por lo que estuvo siempre muy cerca de nosotros y sus sobrinas lo entusiasmaron, de ahí su “Tío Alberto”.
Los años de su enfermedad no han sido un problema para continuar con nuestra forma de trabajo. Hasta los últimos momentos hemos estado colaborando. La exposición homenaje en el Principado de Andorra la preparamos con ilusión los dos, aunque su minusvalía le impedía actuar en muchos aspectos que yo siempre suplía.
Y así describo nuestra relación de tantos años en la que, además de ser amigos y colaboradores, fuimos hermanos.


El mundo de Alberto

En un lugar de Aragón no hace mucho tiempo vivía un caballero de los de sombrero, capa, copa y cigarrillo en mano. Asado de cordero los domingos, whisky solo y concierto por las noches, filmoteca miércoles y viernes, tertulias cinefílicas los sábados, y proyectos de cine y fotografía cada día. Las paredes de su casa estaban construidas con libros y botellas de todos los colores, grosores, olores, sabores, tamaños y texturas. Resultaba difícil llegar a las habitaciones, sobre todo porque las más de las veces cruzaba por el pasillo una palabra vociferando: "¡espíritu!", "!agnóstico!", "!anarquista!", "¡persona!".  Se acercaba la edad de nuestro caballero a los sesenta años; era de complexión fuerte, alto, piel blanca y ojos claros vestidos con gafas grandes, barba gris muy poblada, gran madrugador y trasnochador, y amigo de las conversaciones libres, las salidas inesperadas y la risa. En los fogones tenía el sobrenombre de Pablo Palermo, aunque su nombre de nacimiento era Alberto. Es bien sabido que Alberto muchos ratos del año se daba a ver cine, con tanta afición y gusto que no había película o director del que no supiera. Además de a su hermano Julio, las puertas de la casa de Alberto estaban siempre abiertas al visitante. Entrar allí era una aventura maravillosa.

Llegado a la casa, si el visitante lograba llegar al salón, sorteando todas las palabras que se le cruzaban en el camino, encontraba a Alberto sentado en el sillón, envuelto en la niebla del cigarro y sonriendo. "¿Qué te apetece hoy? Tengo preparadas unas habas y pensaba hacer foie a la plancha con reducción de Pedro Ximénez. Para beber, champán rosado", decía Alberto levantándose. "Perfecto, Alberto, no hacía falta que te molestaras...". Alberto apagaba el humo y se alejaba hacia la cocina. El visitante se sentaba en la mesa. Volvía Alberto con el puchero y el champán. "Está buenísimo", dijo el visitante. Alberto se alejaba hacia la cocina otra vez, haciendo como si no oyera el cumplido del visitante. Esta vez tardó un poco más en volver. "Aquí tienes", dijo Alberto. El visitante masticó un trozo del foie lentamente. Fue el bocado más delicioso que el visitante había probado nunca. "Está cojonudo, ¿verdad?", dijo Alberto.  "Sí", dijo el visitante. "Espera, que todavía queda lo mejor. Seguro que no has probado este cognac. Tiene 30 años". Al retirar el tapón de la botella se perfumó la habitación con esencia de roble. "Bueno, Alberto, ¿qué te parece la última película de Chaplin?", preguntó el visitante. "Genial, la verdad es que cada día se supera. Es un poco melodramática, pero su humor y profundidad son insuperables", respondió Alberto. Justo al decir la última palabra, surgió de detrás de una de las columnas de libros un hombrecillo con chaqué. Se sentó al lado de Alberto. Alberto parecía conocerlo, porque no se sorprendió lo más mínimo. Al poco tiempo, aparecieron en el pasillo y se acercaron poco a poco a la habitación las figuras de Buñuel, después Bergman, Woody Allen y otra que parecía la de Fellini. Bergman y Fellini se sentaron en el sofá, mientras Buñuel se preparaba un dry martini y Woody Allen hojeaba algunos de los libros apilados mientras murmuraba "mmm, interesante, interesante". Poco después llegó Julio con algunas fotografías de la nueva exposición. "Ah, hola, ¿qué tal? ¿cómo te va?", dijo Julio al visitante. "Alberto, ¿qué te parecen estas fotos para el exposición?". "Bien, bien... Bueno, creo que esta quizás estaría mejor si le pusiéramos una línea por aquí... Ya lo pensaré", dijo Alberto. "Bien, bien, vale, pero ya sabes que hay prisa", dijo Julio. "Bueno, vale, lo hacemos ahora. Esperad que salgo un momento a buscar las acuarelas y de paso traigo unos puros deliciosos que me han traído de Cuba". Alberto se levantó y se alejó andando por el pasillo hacia la despensa. Allí se quedaron esperando en el salón a que Alberto retornara.

Cristina Sánchez Marco


MI TÍO ALBERTO

Querido tío, contigo he conocido y vivido tantas cosas importantes. Me gustaría recordar algunos de esos momentos.
Un día de las vacaciones de Navidad, yo era muy pequeña y llevaba un vestido de cuadros rojos para la ocasión. Papá te dijo que me cogieses en brazos porque estaba grabando en súper 8 algunos momentos memorables de esas fechas y quería grabarnos a los dos juntos. Llevabas tu barba, tu capa y tu sombrero. Te recuerdo con magia y admiración. Ahora vuelvo a revivir ese y otros momentos, mirando de nuevo las películas de nuestra infancia.
Recuerdo también a la yaya Julia sentada en la mecedora con su cutis perfecto y su sonrisa encantadora, junto a la mesa del salón llena de papeles y de libros de tus proyectos en curso. Todas las paredes de la casa estaban llenas de fotografías, de grabados y de pinturas que te gustaba coleccionar. A Cris y a mí nos gustaba abrir la nevera para cotillear las últimas novedades gastronómicas “de lujo” que el tío se había comprado. Y después nos conducías por los pasillos para enseñarnos algunos de los libros de tu biblioteca, prestándonos los que más se ajustaban a nuestros gustos.
Otro lugar memorable es tu chalet en San Mateo. Allí cogíamos caracoles después de haber llovido, y hasta conseguimos levantar un espantapájaros para proteger tu huerto. También nos ayudaste a construir un refugio en un árbol, mientras las abuelas paseaban tranquilamente con sus abrigos negros alrededor del jardín. Recuerdo el árbol de las avellanas, y también cuando recogíamos piñones con mamá. La piscina con ranas y el jardín lleno de pinos que a veces tenían procesionaria, algo que te traía de calle. Me recuerdo junto a mi hermana dando vueltas sin parar, primero en triciclo y luego en bicicleta, alrededor de tu bonito chalet. San Mateo era un gran lugar donde pasar los fines de semana. Después de jugar fuera volvíamos al interior y comíamos todos juntos en familia, y muy a menudo también junto a más amigos. Conservo de este lugar las vivencias más increíbles de mi infancia.
Recuerdo las comidas los fines de semana en casa todos juntos. Mi mayor ilusión era que tu vinieses para estar con nosotros. Me encantaba cuando
comíamos todos juntos, escucharte hablar sobre tantas cosas que sabes, aprender cómo se cata un buen vino. Verte reír y disfrutar de tu mirada pillina, de tus chistes y de tus críticas, siempre sanas. Muchas veces la sobremesa terminaba hablando de películas interesantes por ver o de lugares y gentes que conocer.
Te imagino en los comienzos de tu vida profesional, de pequeño pintando carteles de cine y dibujando vuestras propias películas, que después proyectábais en sesiones improvisadas. Miro esas películas ahora y me parecen una verdadera maravilla.
En el cuadro que de más mayor pintabas, se representaba un gran bosque con altos árboles. Yo creo que lo que pintaste era el camino en el que te querías adentrar, un camino difícil y frondoso, que has caminado con paso seguro y con perseverancia, y que ha dado grandes frutos.
Cuando pienso en ti me siento reflejada en el niño de la película de Jacques Tati, que espera impaciente la llegada de su tío, el personaje más increíble que ha conocido, y que además forma parte de su familia. Y es que por encima de cualquier experiencia que hayamos pasado juntos, lo más importante para mí es que dentro de nuestra familia, tú eres mi tío. Mi inigualable tío Alberto.


Marta Sánchez Marco